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A — 112— el 21 de Septiembre de 1820. Fué el primero de los muertos ilustres de la Congregación, comparado con San Luis Gonzaga por su limpísimo candor de la pureza y a San Francisco de Sales por la dulzura de sus modales... Dícese que tenía hecho voto de obrar siempre lo más perfecto, y el P. Juan de la Visitación, General de los Trinitarios Descalzos, su confesor, no dudó en afirmar, que el recogimiento en que vivía D. Vicente era contínuo. Atribúyesele algún milagro y se conserva como un tesoro de piedad un librito que escribió con el llamativo rótu- lo de: «El infierno cerrado a los devotos de María. > Cuando el pueblo se enteró de la muerte de este verdadero Siervo de Dios, considerándolo como santo, corrió a venerar su cadáver. Otro de los primeros compañeros del Beato fué D. Inocencio Betti, de la Diócesis de Camerino. Alma muy temerosa de Dios y ganosa de llegar pronto a la perfección. Revolvía en su mente la idea de abrazar la Orden franciscana entre los Pa- dres Capuchinos... atraíale muy poderosamente el oloroso perfume de la fama de virtud de San Lorenzo de Brindis, San Fidel de Sigmaringa, San Félix de Cantalicio y los Beatos recientemente ele- vados a los altares en aquella tierra de Santos, como es Italia. Pero en oyendo predicar al Beato Gaspar en una misión que dió en su pueblo, arrebatado de aquel espíritu y aquel ardor apostólico, no vaciló en unirse a él, dando su nombre a la Congregación de la Preciosa Sangre.
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