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o, Felipe en Frigia, San Simón en Egipto, San Tadeo en la Mesopotamia y San Pablo entre los gentiles. No podía abrigar la ilusión de superar ni de igualar la eficaz campaña de los primeros apóstoles, pero en su alma se encendió el mismo ardor al escuchar de boca del Vicario de Cristo en forma diferente, pero equivalente, el mandato de: «Euntes predicate Evangelium.> (1) Dirigió la mirada al espectáculo que ofrecía el mundo; a la escasez de apostólicos varones, y po- níale frío en el corazón el operarii pauci... El que estaba dispuesto a ir aunque fuese a un campa- mento de muertos a repetir con Ezequiel el «Ossa arida audite verbum domini» (2), El que sentía el espíritu de los Antonios, de los Vicentes de Ferrer, de Juan de Avila, de Javier sobre todo, lloraría segu- ramente en su interior la abundancia de la mies y la falta de operarios abnegados (3). kk Trató, pues, de unir más estrechamente su alma a los compañeros de Santa Galla, y en carta del 22 de Septiembre del mismo año escribía a Bonanni: «Un obrero evangélico a quien se le brinda con un modo de perpetuar su obra, aun después de muerto, no debe recelar ni desamparar la empresa». Aludía al Instituto de Misioneros... No es de extrañar que (1) Mat. 28. (2) Ezeq. 37. (3) Multi preedicatores sed panci qui peecicent ut. oportet. S. TOM. VILLANUEVA.

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