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O dición y en el espíritu de los jesuítas un medio de poder esquivar las dignidades y cargos que le iban acechando, y de desarrollar más cumplidamente sus ansias de apostolado a ejemplo de su gran Pa- trono San Francisco Javier. Considerábase feliz el Beato con poder alistarse en el número de tantos varones de infatigable celo apostólico sino que los planes de Dios eran otros y a ellos tenía que acomodarse como siervo fiel y aventajado en vivir de la voluntad divina, Conocedor el Pontífice Supremo del valor de Gaspar como misibnero y de sus intentos, le reco- mendó se dedicase de lleno a la obra de las Misio- nes, dando de mano a toda otra idea. «Heme aquí, Padre Santo, contestó enardecido el obediente siervo, Haré aquello que S. S. me mande». Fué tan viva la impresión que causó en Gaspar la recomendación del Papa, que con objeto de se- cundar mejor sus proyectos, renunció hasta a la misma canongía que poseía, reservando sólo el título de honor, no por vanidad, sino por tener el derecho de asistir a las sagradas funciones cuando estuviese en Roma. Estimulado por la palabra de Pío VII y viendo claro en ella la voluntad del Altísimo, sólo se pre- ocupó de idear manera de hacer más factible la realización de sus Misiones. Recordó de momento lo que hizo San Pedro en Roma, San Andrés en Acaya, San Juan en Asia, Santo Tomás -en la India, Santiago en España, San
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