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sc A:cn vió la necesidad de llamar a tan beneméritos obre- ros para desarrollar mejor los dos programas de la educación de la juventud y de la apostolización del pueblo... (1) Como dijo elocuentemente Chateau- briand: «La Europa sabia había tenido una pérdida irreparable en los jesuítas: la educación no había vuelto a levantarse desde que ellos cayeron...» Cle- mente XIV había contestado a Floridablanca cuan- do las Potencias unidas trataban de conseguir la supresión de la Compañía: «Se pretende la ruina de la religión católica, el cisma, y tal vez la herejía: he aquí la idea secreta de los Príncipes.» Ya antes de ser coronado le pidieron los gober- nantes la abolición de dicho Instituto, y él había contestado a los ministros de España, Francia y Nápoles el 1 de Noviembre de 1769: «Por lo que toca a los jesuítas, no puedo censurar ni mucho me- nos abolir un Instituto alabado por 19 de mis prede- cesores.» Si al cabo dió el Breve «Dominus ac Redemptor (2), compelido por las instancias y te- mores inauditos, parecía que el pesar hubiese alte- rado su razón, viendósele divagar por las habitacio- nes diciendo: ¡Compulsus feci! Eso no quitó para (1) El asunto de los jesuitas da mucho juego a la incredulidad, pero ellos hacen mucho bien a la Iglesia ¡Sus acusaciones!.. Para todos o para casi todos debe servir de luz el siguiente diálogo epistolar entre La Conda- mine y Maupartius... En 27 de Marzo de 1759 escribía aquél a éste: «Nadie podrá persuadirme de que los jesuitas hayan cometido el atentado (contra el rey de Portugal). A lo que contestó Maupartius: «Opino comio vos acer- ca de esos sujetos; y preciso es que sean bien inocentes cuando todavía no los han castigado... Yo no los creería culpaffes, aun cuando supiera que los han quemado vivos.» Y los dos eran incrédulos... (2y 21 de Julio de 1773.
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