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Mi == él sin mucha ayuda de Dios, porque, como decía San Isidoro, el pecado es a la manera de un pozo profundo, en donde puede uno lanzarse, pero salir solo por si no puede (1). Es el pecador, como aquel que puede quitarse la vida, pero no puede resucitarse, en opinión de San Agustín (2). Por eso con cariñosa solicitud convidábale a la reconciliación y le facilitaba todos los medios, y aliviaba todas las cargas, contentán- dose con que el alma, verdaderamente arrepentida, desechase de sí el grave peso de la culpa, a lo que con amorosas razones y fervientes súplicas procu- raba llevar a los penitentes.:. Parecíale que Dios Nuestro Señor, le había comunicado una nueva paternidad, o mejor maternidad de almas, y en los momentos supremos en que meditaba sus deberes de confesor, repetiría sin duda las palabras de Isaías: <¿Nunquid oblivisci potest mulier infantem suum ut non misereatur filio uteri sui?» (3) Si la madre car- nal y cariñosa no puede olvidarse de sus hijos ni dejar de compadecerse en sus necesidades, cómo podría él olvidarse del pecador ni dejaría de com- padecerse en la gran necesidad de su triste alma? Ni aun en las grandes festividades, cuando se veía rodeado de un concurso inmenso, se descomponía ni se precipitaba. A todos daba lugar y tiempo de (1) Lib. 2 de Sum. bonit. e. 23. (2) InPs. 98. (3) Isai 49. A
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