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o E los asuntos de la conciencia para incurrir en mayor indignación de Dios por buscar una falsa paz (1)... Convencido de que para este ejercicio se precisa mucho caudal de conocimientos, repasó, o mejor, volvió a estudiar la Teologío Moral bajo la experta dirección docente del célebre abad Guidi. Hizo suya la enseñanza razonada y prudente de San Francisco de Sales y de San Alfonso de Ligorio, que los tuvo constantemente como autores predi- lectos, y sin pecar de parcialidad dañosa respecto a las personas, no hacía mayor caso del rico que del pobre. El noble y el plebeyo eran para él una mis- ma cosa y tenían idéntico acogimiento y la misma paternal solicitud para sus almas. Sobre todo era señaladísimo en usar de esta imparcialidad con las mujeres, no demostrando jamás afección particular por ninguna, y atendiéndolas únicamente en la Iyle- sia, a no ser el caso rarísimo de una urgente nece- sidad. Su corazón blando y compasivo no podía sin embargo oir ciertaz severidades, y hacía patente aquella disposición en que se hallaba de recibir con blandura a todos los pecadores, repitiendo con el Divino Maestro: «Veñite ad me omnes qui laboratis et onerati estis» (2). Sabía que el pecador pudo arrojarse al mal, pero que no puede levantarse de (1) Properandum non puto nec incaute aliquid, et festinanter geren- dum, ne dum temere pax usurpatur divine indiguationis offensam gra vius provocetur (Epist, 10 ad Presbyt.) (2) Ss. Mateo 11,

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