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pan diferentismo religioso, el de apretar y estrechar más y más los lazos de unión de los fieles a la Fé, a la Iglesia, a Jesu- cristo, mediante la predicación de las santas Misio1es, ¿Hay acaso quien halle innecesaria esta obra de ex- tran eros en España, donde ilustres y beneméritas Orde- nes y Congregaciones antiguas y modernas cultivan con evangélico celo la viña del Señor? Una duda parecida debía asomar a la mente de sacer- dotes y seglares que, allá, en 1537, oían en las plazas y en los templos de Venecia, Verona y Treviso la predicación de Ignacio de Loyola y de sus compañeros. Cuenta el Padre Astrain en su Historia de la Compañía de Jesús que el primer fruto que aquellos recogieron de su predicación fueron las risas y escarnios del pueblo por lo mal que hablaban el Italiano. ¿Qué no pensarian los clári- gos de Roma, la Sede misma del catolicismo, cuando pocos meses después, oyeran predicar allí a los jesuitas es- pañoles? Sin embargo, a la vista están los frutos de la predicación de la Compañía en Italia y los méritos insignes alcanzados por la misma en la patria de Francisco de Asis, de Benito, de Tomás de Aquino, de Catalina de Sena, de Francisco de Paula, de Felipe de Neri, de Alfonso María de Ligorio y Juan Bosco. Debemos, pues, reconocer ante todo que nunca exceden de lo necesario los operarios evangélicos para el cuidado del místico campo que abraza al mundo entero sin fronte- ras ni límites, puesto que todos los pueblos son hermanos e hijos de un mismo Padre que está en los cielos, y el Es- píritu Santo, cuando habla al corazón del hombre, tiene un lenguaje que alcanza a todos l'Arabo, il Parto, il Siro in suo.sermón l'udí. A pesar de tan consolador florecimiento de Ordenes y Congregaciones, no nos será dificil convenir que en España se sigue verificando la desproporción que hallara Jesús

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