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E VITA AAA it it rn ni LS A 86 LA PERLA DE LA HABANA espíritu, y, sólo por no hacerse cargo de este punto teo- lógico, échase en cara a muchos Santos el haber usado de procedimientos mágicos para tejer la historia de sus prodigios. No se olvide lo que ya en otra ocasión hemos advertido de que entre las influencias del Espíritu Santo las más numerosas y mejores se dirigen a la inteligen- cia. La Sagrada Escritura asigna con predilección la gracia con el nombre de luz (*), y su efecto con el de iluminación (*). De ahí nace la gran penetración de los Santos en el orden espiritual hasta que llegan a la visión de las cosas. Ella les da una segunda vista tan aguda y delicada que, a veces, taladra el interior de la concien= cia, y quedamos transparentes y diáfanos para ellos... Sor María Ana, como se ha visto, poseía esta vista. El conjunto de su vida, pues, que afina su atención espiri- tual..., la gracia del Espíritu Santo que ¿lumina su alma, y Dios que se servía de su medio para sus fines providen- ciales, concurrieron a la realidad de las visiones de Sor María Ana y a su conocimiento de las conciencias y de cosas lejanas. En medio de su sencillez y humildad, juntamente con los dones admirables de que hemos hablado, poseía un co- nocimiento muy superior y claro de la ciencia divina... Escrito estaba: «bienaventurados los limpics de corazón, porque ellos verán a Dios». (*) Vióle ella con tanta pla- cidez y luz, que podía asombrarse un teólogo al oir sus explicaciones sencillas y profundas sobre las cuestiones de espiritu... Por una parte la experiencia, y por otra el don de la sabiduría de los humildes, llenaron su co- razón de ciencia divina... Al examinarla, pudimos ex- (1) Joan., 1-4 y siguientes. 2) Luc.. 1-79; Joan., 1-9; Ephs., T-18, ete. "Weiss. «Mística especulativa».
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