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82 LA PERLA DE LA HABANA teriores se hayan hecho acreedoras a sus favores o que benignamente, como dueño de todo bien, se los quiera conceder... Los Santos, en el inmenso amor por todo lo que es Dios, y sintiendo todo pecado como el mayor mal, procuran interesarse con penitencias, ruegos y expiacio- nes en favor de los desgraciados; y Dios, en vista de es— tas oraciones, se inclina a remediar el peligro de mane- ras portentosas... Sor María Ana, desde que se realizó la vez primera el cambio de su corazón con el de Jesús, «sentía con aquel corazón toda la amargura de todos los pecados» y excusamos decir el interés con que procura- ría el remedio de las almas. Tenía en esa gracia de la penetración de los espíritus y en la visión de cosas lejanas un medio de martirizar su corazón y de procurar obras de expiación por los pe- cadores... Como los hipnotizados cuyo cerebro, cerrado a las sen- saciones del mundo que les rodea, está abierto a la sola acción del operador, reservando toda su sensibilidad para las influencias invisibles que de él reciben, así, cerrada para el mundo exterior Sor María Ana, su cerebro y su corazón estaban dependientes de Jesús, a quien podemos Namur divino hipnotizador de las almas. Veía lo que Jesús le hacía ver y quería lo que Jesus quería que quisie- ra... Los hipnotizados pueden adivinar muchas cosas que están en la mente del hipnotizador que sugestiona el ce- rebro de aquéllos, como está demostrado por experien= cias metódicas. No solamente obedecen a órdenes ex- plícitas y públicamente declaradas, sino que obedecen también, aun a distancia, a sus sugestiones silenciosas... Pero no es este el caso de nuestra ilustre evsionaria; ella, como Sta. Catalina y Teresa de Jesús, «penetraba los pensamientos no de aquellos a cuyo ascendiente están

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