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76 LA PERLA DE LA HABANA alguna sobre el caso, y que si en aquello no la creían no la creyesen en nada... El tiempo le dió razón sobrada. Mientras la Sierva de Dios oraba por la conversión de ] la infeliz ilusa, llorando hasta lágrimas de sangre (!), la Madre Abadesa sondeuba el corazón de su desgraciada súbdita, hasta que Sor María Felisa llegó a declarar francamente su estado de engaño y que todo lo que ha- bía hecho era por que la tuvieran por santa, como a Sor María Ana. Pidió perdón humildemente; suplicó con en- carecimiento la ayudasen a alcanzar de Dios una verda- dera absolución, postrándose en capítulo ante toda la Comunidad en señal de arrepentimiento y humilde dis- posición de enmienda... La admiración causada a las religiosas, y el efecto pro- ducido en la convertida monja por la visión de Sor Ma- ría Ana, durará allí como recuerdo saludable y desenga- ño eficaz... Felizmente, la perseverancia de Sor María Felisa tuvo un hermoso coronamiento... Murió a los 33 años, y en el lecho de la muerte pudo expiar su falta con una paciencia santa en medio de una penosísima enfer medad que obligó a los médicos a realizar sobre ella do— lorosas operaciones, llevadas a cabo sin que se la oyera exhalar una queja, a no ser palabras de agradecimiento para Dios, la Virgen Santísima y Sor María Ana, cuya caritativa intervención fué causa de que se reconociera, rectificando su conducta... La dulce Sierva de Dios no la abandonó en la hora terrible; veló sobre su cabecera en la agonía y acabó por cerrarla ella misma los ojos... Este hecho lo vemos confirmado en las Anotaciones del Sr. Penitenciario (cuenta de conciencia del 15 de no= viembre), y también lo escribió el Rvdo. P. Yagúe, se- PON rc ri (1) Manuscrito de Plasencia. ÑO

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