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SOR MARÍA ANA DE JESÚS 73 sas, no tenía, frecuentemente, más que pasar por cerca de una de ellas para adivinar sus deseos o sus tenta- ciones... Otro tanto ocurría a Sor María Anita, por el favor de Dios. Sus religiosas testifican «que ya de novicia tenía conocimiento de los interiores secretos de las Hermanas, y que cuando era la voluntad del Señor lo decía para su mayor gloria (*). ¡Cuántas veces, de novicia, cuando al Sr. Obispo no le parecía bien darle la profesión y escri- bía a nuestra Madre, antes de que ésta abriese la carta ya sabía ella todo, letra por letra, lo que decia y lo que bablaba y pensaba nuestro Prelado acerca de ellal» Al- gunas de estas cosas se las decía a la M. Abadesa, por- que nuestro Señor así se lo ordenaba... A veces se le oía decir que el Señor le daba a conocer esas cosas sin duda para que padeciera más. Ya hemos declarado lo que tuvo que sufrir durante el cerco diabólico de parte de unos y de otros; todo lo sabía ella y conocía que Dios se dos- agradaba por ello, y, aunque callaba, sufría muchísimo. Prueba bien clara de su vista o conocimiento de cosas ocultas es el caso que vamos a referir: Como la fama de los maravillosos sucesos que en ella ocurrían se propaga- se, causando, como suele generalmente, contrapuestas oposiciones sobre su apreciación, llegó un religioso (*) al torno de las capuchinas de Plasencia con la pretensión de que Sor María Ana adivinase tres cosas. La cronista sólo recuerda de dos, que eran: 1.* Si su alma estaba en buen estado. 2.* Si el P. Domingo moriría de cierta enfermedad que a la sazón padecía. No sabemos la intención con que el dicho reverendo (1) Manuscrito de Plasencia. (2) Omitimos por prudencia el nombre y la Orden de este reli- gioso.
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