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70 LA PERLA DE LA HABANA falsificaciones e ilusiones. No entramos, pues, a ciegas en este terreno. Los mismos Santos fueron los primeros en advertir este peligro..., y nosotros declaramos que una perturbación completamente patológica puede ocasionar muchos fenómenos de este género... Pero los fenóme- nos, visiones, etc., que ahora relataremos, obedecen, no a una enfermedad, sino a una transformación gloriosa... Ni se crea que, por considerar como vidente a Sor María Ana, vamos a dar como dogmático todo lo que en ella ocurría. Reconocemos que en los mayores Santos, y en los más sublimes estados de espiritualidad, la naturaleza, aunque poderosamente fortificada, subsiste siempre con la posibilidad del pecado, a no ser por privilegio es- pecial... Debemos advertir también que estas gracias externas son favores que Dios da como le place, a titulo de recom- pensa o de prueba o para el bien de la Iglesia; «que las retira igualmente como le place y que su valor sólo co- noceremos en la otra vida» (*). Queremos dejar asentado que dichas gracias no cons- tituyen la esencia de la santidad ni la perfección del su- jeto; que la santidad bien probada del sujeto es la que tranquiliza las almas acerca del valor de los fenómenos que han podido observarse... Hemos reconocido en Sor María Ana un cúmulo de virtudes admirables, una exención de pecado privilegia- da, una caridad de Dios ardentisima, un deseo de vivir oculta y un temor de ser engañada intranquilizador...... Enemiga de lo que no fuese puro amar y puro padecer, pedía a Dios que le permitiese servirle desnuda de toda apariencia exterior... Humilde y obediente, resignábase (ty Véanse a Santa Teresa, ITI, 97 y 549.
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