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SOR MARÍA ANA DE JESÚS 65 das dificultades políticas, dictando cartas mientras esta- ba extática? (1) HI Mas continuemos nuestra historia... A las comunica- ciones referidas debemos añadir otras, no menos sor-= prendentes. ¿Pero cómo con pluma tan tosca y pecadora relatar sus íntimas y divinísimas comunicaciones con Je- sús? Ni nos atrevemos siquiera a empezar, y cierto que habremos de dejar inédito lo que más asombro puede causar al pensamiento humano. Ya dijimos en la primera parte de esta historia que Sor María Ana traía desde Cuba un santisimo Niño, con el que ya tenía desde la niñez cariñosisimo trato. Mien- tras recibía educación en el colegio del Apostolado, la acompañaba el Niño Jesús, «a veces en forma sensible», le cerraba los ojos para dormirse y le hacía otras finezas regaladísimas. Más tarde, dentro ya del convento, Jesús trataba con ella como un hijo chiquitín trata con su ma- dre..., hasta el punto, como dejamos escrito, de tener «que escaparse ella de su imagen porque no le hiciera al- guna de esas demostraciones tan corrientes y naturales casí, en su vida, en presencia y a la vista de las monjas, <omo era frecuente. En la noche de Navidad de 1900, después que recibió sacramentado al Cordero celestial en la Misa de Gallo, le vino a los brazos el santísimo Niño Jesús, a quien le decía delicadisimos requiebros..... ¡Cuántas veces se acordaría tal vez ella de aquel leguito <apuchino, San Félix de Cantalicio, que también gozó del inefable favor de venírsele a los brazos el amado Niño! ¡Cuántas veces la imagen de S. Antonio abrazan- do a Jesús puesto sobre el libro nos recuerda las escenas (1) «Psicología de los Santos», pág. 118, a

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