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SOR MARÍA ANA DE JESÚS 61 muerte, sino que la recibiría y estrecharía entre sus bra- zos, pues era hija muy amada suya..... El glorioso Pa- triarca San José le recordó el patrocinio o patronazgo que en el día de la boda, esto es, en la santa profesión, en unión de su santísima Esposa, había ejercido en ella y la singularisima protección que en favor de ella siem- pre había desempeñado, y así que no temiera. Anuncióle que durante ese mes de marzo había de regalarla con los verdaderos regalos, que son las cruces y tribulaciones, pero que a su defensa y cuidado estaba. Como la humilde Sierva de Cristo, por cosas que la pasaban tan extraordinarias, se veía imposibilitada a ve- ces de seguir ad apicem la Regla, apenábase mucho, por el amor que tenía de su observancia. S. José la cal- mó de esta ansiedad diciéndole que no se apenara por la falta aparente que en ella había, pues «¿qué mejor Re- gla, añadía el Santo Patriarca, que el cumplimiento de la voluntad de Dios y el ver que en esto era servido y complacido nuestro Señor?» Por ello y por lo mucho que la amaba, le dió su santa vara de azucenas, diciéndole: «El año pasado te dí una azucena, pero este año te doy la vara toda» (*). La Santísima Virgen la abrazó también amorosisima- mente, diciéndole: «Mi signo y atributo es mi Santísimo Hijo, pues su voluntad es la mía». Dulce idilio, en que tienen cumplido efecto las palabras de los cantares: Pone me ut signaculum super cor tuum. Las semejanzas con la B. Alacoque son muchas por el ardiente amor y devoción que tenía Sor María Ana al Sagrado Corazón de Jesús. En la cuenta de conciencia del día 5 de febrero de 1901 (1) La misma gracia de la conmutación o fusión de corazones re- cibió un año antes.

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