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60 LA PERLA DE LA HABANA estaban presentes S. Francisco nuestro Padre, Santa Ana, S. Luis Gonzaga, nuestra Madre Santa Clara y otras Santas. Al recibir ella favor tan insigne, llena de amor y gra- titud, fué a postrarse; pero el amabilísimo Jesús no se lo permitió, sino que le dijo: «No, Esposa mía; tuyos son mis brazos, ven a ellos, que nos regalaremos los dos». En la cuenta de conciencia en que tuvo que declarar esta merced, añadía la Sierva de Dios que al verificarse la mística operación, su corazón se punzaba con las es- pinas del de Jesús (*), y acrecentósele con esto el deseo de unirse más y más con El hasta identificarse por com- pleto en cuanto cabe, y que entonces le dijo el Salvador: «Sí, hija mía, únete, pues por esto no se unen a mí mu= chas almas religiosas que me entregan, sí, su corazón el día de la profesión; pero al sentir las espinas en la unión con mi corazón, me son infieles», (3) Manifestó también que al realizarse el misterivso cam- bio y unión de corazones complaciéronse mucho los San- tos que como testigos y asesores concurrieron al acto, disponiéndolo así nuestro Señor, y que, en prueba de esta complacencia, formaron todos una como demostración simbólica, colocando ordenadamente cada cual sus em- blemas o atributos sobre el corazón de Sor María Ana... S. Luis Gonzaga colocó el libro de su santa Regla (éste todos lo colocaban), el santo crucifijo, el ramo de azuce- nas y su santa disciplina... Nuestro Padre S. Francisco la abrazó estrechisimamente y le dijo que, como ella le había pedido, no le pegaría con el cordón a la hora de la (t) El Corazón de Jesús debió aparecérsele rodeado de una co- rona de espinas, las cuales punzaban el suyo al ponerse en contac- to con el del Señor. (?) Anotaciones.

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