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56 LA PERLA DE LA HABANA Cuando, aconsejando su espíritu, le decíamos que mu- chos de los que se vieron privados de estos dones llega- ron a ser sin comparación mucho más santos que algu- nos de los que los recibieron del cielo con profusión, asentía alegremente, aceptando el camino llano, desnu- do, y rogando para que así lo quisiese Dios. Nos hizo mucho efecto el haber leído en una curio- sa carta de San Francisco de Sales que las revelaciones y éxtasis de una joven las halló sospechosas a primera vista, cabalmente porque se repetían con frecuencia..... Mas, estudiando el fondo del asunto, conocimos que en dichas revelaciones y éxtasis sujetos a falsedad existía de parte de la interesada alguna complacencia vana en imaginarse que era santa...; otras veces se nota el vano placer que sienten en sus mismas imaginaciones... Para Sor Maria Ana era uno de los tormentos más grandes de su vida el ser así favorecida por Dios exte- riormente... En tanto grado, que, además de suplicar al Señor constantemente que le dejara como a las demás Hermanas, con tal de amarle siempre, era de ver con qué cuidado se apartaba de aquellos lugares donde sentia los raptos o se escapaba cuando preveía que le podía aconte- cer cosa semejante. Sabía que tener caridad era preferi- ble a trasladar montañas. Temia eso que Chantal llama- ba tráfico de revelaciones. Tenía harta razón, porque en el día del juicio más de un hacedor de milagros y más de un profeta serán trata- dos como operarios de iniquidad. Y no hablemos de fal- sos milagros ni de falsas profecías, sino de los hacedores de milagros y de profetas verdaderos, pero que no fueron mansos y humildes de corazón, comu se lo pedía, ante todas las cosas, el divino Maestro. Pero «las inspiraciones procedentes de Dios, dice San- | | | pl Dl 0

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