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SOR MARÍA ANA DE JESÚS 51 daba gran pena se le sorprendiese en alguna comunica= ción divina. En cierta ocasión que al besar a un Santísimo Niño se le quedó pegado a los labios, sufrió tanto que luego nun- ca quería coger al Niño a no ser por obediencia. Otra vez se le quedó pegada a las manos la imagen de San Roque y tampoco quiso tocarlo más. La dulce y candorosa jo- ven, al repetirse estos actos en varias imágenes, decía: pero, Dios mío, ¿es posible que no pueda tocar ninguna imagen? No sólo se privaba de tocarlas, sino hasta de acercarse a ellas por no verse en casos semejantes... Por eso cuenta la cronista el siguiente gracioso sucedido... Estaban un día las religiosas mirando y besando a un Niño Jesús; acertó a pasar por allí Sor Maria Ana; lla- máronla las monjitas, convidándola a que le diera un beso al bendito Niño, y ella, que era tan devota de los ni- ños, se escapó por no verse en un compromiso... (*) Dice la crónica que su humildad había negociado con Dios en los dos últimos años el que no sucedieran estas cosas a la vista de las demás. Como ya queda dicho, para Sor María Ana el ver-— dadero tesoro era el desprecio. En comprobación véase un caso que recogemos en la relación de Sor María Paz: En el año 1902 vino a darnos ejercicios el Padre Supe- rior de los Corazonistas. y por probar a la Sierva de Dios la mandó que fuera pidiendo a todas las monjas la es- cupieran en la cara... Fué tanta la alegría y el gozo que tuvo que es imposible explicarlo... Iba por todo el con= vento buscando a cada una de las religiosas, les ponía la cara junto a la boca y les decía: «escúpame aquí, por el amor de Dios». Ninguna lo quería hacer, pero ella no se (1) Como supondrán nuestros lectores, el compromiso era el que Jesús le hiciera alguna sensible demostración como era corriente.

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