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46 LA PERLA DE LA HABANA mana y funde con el de la caridad y condescendencia como una gota de agua con otra. Nunca se la vió formu- lar un desprecio ni hacer el menor acto que pudiese tra- ducirse en falta de humildad. Cuando el Señor le exigía declarar alguna cosa, hacialo con un modo y continente tan tranquilos y modestos que se veía a través de sus ex- presiones la humildad de que estaba revestida su alma como de celestial esmalte. No dejaba de ser lo que era: un alma cubana sencilla y suave, como Sta. Catalina de | Sena lo era italiana, y decía de sus conciudadanos que no había personas más fáciles de ganar por el amor, y se- gún afirmaba su compatriota: 11 sangue senese es una sangue dolce. Nos parece extraño que en medio de sus negocios tan espinosos, y a despecho de sus austeridades y éxtasis, tu- viesen estos Santos rasgos tan ingenuos y de tanta can— didez... Es que hemos adquirido el contagio de ciertos historiadores que tan sobre lo humano pusieron a los Santos, que apenas nos parecen de esta tierra. Empren- demos el estudio de un santo... y al descubrir a un hom- bre, nos quedamos sorprendidos... No; los Santos son hu- manos, y estuvieron bajo la ley étnica y fisiológica, y eso nada se opone a su santidad... Todos los hombres somos amasados de un mismo barro y estamos animados de un mismo soplo vital; a todos se nos ha colocado en los di- versos grados de una misma escala, que, partiendo de la misma naturaleza, tiende a elevarse a un mismo Dios... No hay que despojar a los santos de la humanidad y de: la naturaleza común a todos los hijos de Adán. ¿No se presentaba en este plano la virgen de Sena, cuando se la veía tan aficionada a las flores, al agua, al campo y a las hermosas escenas de la luz que ofrece el cielo toscano? ¿Cuando se complacía tanto en enviar ramilletes hechos

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