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SOR MARÍA ANA DE JESÚS 41 HI Lloraba nuestra ilustre capuchinita la perdición de muchas almas consagradas a Dios a causa del orgullo. .. Es la venenosa hierba que pulula en el trigo. ¿A qué as- piran esas pobres almas que truecan el libre y humilde servicio de Dios por una servidumbre tan baja, y nada buscan, sino el éxito momentáneo, la satisfacción de tener razón, la salyaguardia de las apariencias? Cómo han podido convertirse los sacerdotes en cortesanos, y los religiosos en gentes mundanas que encontramos en todas partes? (*). En qué escuela de diplomacia y de po- lítica han aprendido a ejercer su vocación, de suerte tal. que puedan lisonjearse de lo que San Pablo consideraba como imposible, a saber: agradar a los hombres y servir a Cristo? (*). Qué luz los ha desvanecido hasta el punto de no poder distinguir ya a un servidor de Dios de un fun- cionario, de un ayuda de cámara, de los grandes, de los ricos, de las damas? Por qué mendigan sin cesar honores? Para estas preguntas sólo hay una respuesta: el espiritu de orgullo, el espiritu del mundo ha penetrado también entre nosotros echando raíces tan profundas, que acep- tamos la estima de los hombres a cambio de humildad. Nosotros mismos no comprendemos nuestra conducta A Tal vez se nos reprochará este párrafo, pero es tan ver- dadero y exacto como que la humildad es necesaria para curar los males que deja suponer. El ejemplo de seme- jantes muestras, que como flores embalsamadas se nos ofrecen en la vida de los santos, podrá contribuir no poco (1) Weiss, Ejercicio propio del espíritu. (2) Galat. 1-10. (?) Weiss. Loc. cit.

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