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40 LA PERLA DE LA HABANA Todos los dones, en verdad, podían servirla para amar más a Dios, y en sólo esto ponía ella su espíritu. ¡Con qué noble afán pedía a Dios el ser siempre hu- millada! ¡Con qué solicitud trataba de ocultar sus privile— giados favores! Con el afán e interés con que un munda- no busca la alabanza, favor y honores, buscaba ella lo contrario... Á nosotros a quienes malsanas golosinas nos han estragado el gusto espiritual, nos parecerá cosa amarga una vida de humillación constante; a ella se le hacía sabroso todo manjar con la salsa de la humilla ción. Nunca estaba más cerca de su Esposo que cuando se veía despreciada de todas las demás criaturas. Con frecuencia la mala hierba nace sin necesidad de siembra en el mismo campo del padre de familia... El menor soplo del viento mundano esparce su semilla aun dentro de la heredad mistica. Como verdadera mala hierba que es el orgullo, crece luego por sí sola. Cuanto mejor es el terreno, más profundas sofi sus raices. Arrancada millares de veces, vuelve a brotar aun cuan— do sólo hayan quedado algunas raicillas en la tierra. ¡Oh, Dios mío, cuántos estragos ha causado el orgullo. en vuestro santuario! ¡Oh, Dios de los ejércitos, vuélvete hacia nosotros, mira desde el cielo, y atiende y visita esta tu viña! (*). ¿Por qué has derribado su cerca y dejas que la vendimien todos los pasajeros? (*) La cerca, digo, no sólo la del Templo, la de su Iglesia, sino también la del santuario, la del Santo de los Santos, la del sacerdo— cio y la del estado religioso. (1) Psal. 4, XXIX, () Psal. 4, XXIX,

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