BCCPAM000R09-1-21000000000000

SOR MARÍA ANA DE JESÚS 39 vida ni en la otra había confusión, desprecio o iguomi-= nia que no lo mereciese. Mientras nosotros evitamos todo aquello que puede hacernos perder la vana estimación de los hombres; mientras nosotros sacrificamos nuestros deberes, las di- vinas inspiraciones y las más vivas y seguras luces de la conciencia al temor de una burla, de un falso y despre= ciable juicio que se forme de nosotros, ella afanábase por encontrar el desprecio y la humillación. A los santos les ofende la mentira y la hipocresía; son almas sencillas y claras, y por eso no pueden soportar el ser tenidas en lo que no lo son; y como ven que se les viene alguna alabanza de las cosas que les ocurren, Ccui- dan de esconderse, con el fin también de no perder el tesoro que Cristo depositó en ellos con la gracia. Temen la vanidad y la alabanza como a un ladrón y usurpador de lo que es de Dios aunque exista en ellos, Para nosotros el más penoso esfuerzo de la virtud consiste en aparecer a los ojos de los hombres tales como somos a Jos ojos de Dios, y nos creemos impotentes para realizar ese esfuerzo faltando en mil ocasiones a nues- tras más firmes resoluciones. En cambio, Sor María Ana n sólo trata de esconder los dones de Dios que hay en ella, sino que quisiera revelarse tal como ella se veía delante de Dios. Nosotros no podemos llevar con pa= ciencia que los demás nos tengan en lo que.somos, y ella sufría por que no se la tuviera por ruín y misera- ble... Pensaba que si los prójimos hacían de ella este concepto, estaría más asegurada en Dios. Jamás con= virtió ella en título de vana ostentación ni las condicio- nes de familia, ni sus talentos, ni sus dotes, ni sus gra- cias... Todo lo bueno lo reconocía como obra de la liberalidad del Señor.

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz