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38 LA PERLA DE LA HABANA puede soportar el peso de la cruz y de la vida de sacri- ficio (*). Era imposible que ella fuese humilde de la misma ma- nera que lo fué Jesucristo, porque éste, siendo digno de toda honra y excelencia, se abajó y anonadó a sí mismo, tomando la forma de siervo. En nosotros la humildad consiste en colocarnos en el lugar que nos corresponde en la presencia de Dios, o sea en tenernos en lo que s0- mos, ni un punto más ni un punto menos, porque, como observa agudamente Santa Teresa de Jesús, «la humil- dad es andar en la verdad; que lo es muy grande no te- ner cosa buena de nosotros, sino miseria y ser nada, y quien esto no entienda anda en mentira» (*). Conocía, pues, nuestra capuchinita esta nada de sí y todavía pen- saba que no correspondía cual debía a las gracias de Dios... Siendo nada y menos que nada, por nuestra fal- ta de correspondencia al amor, no podía abajarse ni po- nerse en un lugar inferior al que le correspondía según su clara comprensión de lo que era Dios y de lo que ella era... Súmese a esto que ella miraba mucho de medir la abundancia de los dones recibidos con la cooperación in- suficiente a ellos, y de ahí nacia aquella inteligencia de su propia ruindad y aquel admirarse de que Dios no le echara al infierno..... Dada esta inteligencia verdadera, todo estado, por humillante que fuese, pareciale muy digno de ella... Creía firmemente que poniéndose al ni- vel de un estropajo o de la nada se hacía justicia, aun cuando no fuese culpable de pecado alguno... Así acep= taba el ser tratada de Dios y de las criaturas como lo merece el mayor pecador...; reconocía que ni en esta (1) Pascha Badbert, «Comment. in Math.» (2) Moradas, VI, c. X.
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