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SOR MARÍA ANA DE JESÚS 37 mente su voluntad a la de Dios... Lo cual se consigue cuando se llega a comprender lo que es Dios y lo que se es personalmente. Por eso se decía en Jas épocas de fe, y se dirá siempre, que la humildad es el estandarte de Jesucristo y el orgullo el estandarte de Satanás (*). Por eso los santos se cobijan bajo el lábaro de la hu- mildad y viven envueltos en él y mueren protegidos de su sombra. Tuvo Sor María Ana un horror instintivo a la vanidad y al orgullo; confesaba que eso era la nota caracteristica y la razón universal de todo mal... Los servidores del mundo disputan por el honor; los caballeros del reino de Dios luchan por la humildad (*). La humildad es el ali- mento de los espiritus grandes, y como lo era el de nues- tra capuchina, amaba ser abatida y sometida a todo géne- ro de humillaciones... Con verdadero reconocimiento de su nada confesábase por estropajo de las capuchinas, como la oímos llamarse más de una vez..... No acababa de convencerse de por qué Dios la favorecía tanto, a no ser para que brillara más su misericordia en medio de sus miserias. Ella, que conocía tan bien el amor de Dios, se veía a la luz de ese amor en su verdadera nada... Cuanto más claramente se le revelaba el Salvador, más se perdía su personalidad... Cuanto mayor luz le ba- jaba del cielo, mayor conocimiento adquiría de sí misma, y resultábale que era como nada ante El... guasi nihilum ante te. La bóveda de la vida sobrenatural se apoya, como en pilares fundamentales, en la fortaleza de la cruz de Cristo y en la eficacia del Espíritu Santo..... Pero sólo el que está profundamente arraigado en la humildad (*) Guerric, «In solemnit O. 8.» (2) Conrad.
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