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36 LA PERLA DE LA HABANA El mejoramiento de la vida moral en la medida más elevada posible, es obra de la humildad de corazón. Si no se quiere parar en la apariencia sola de la virtud; si se quiere practicar la virtud misma y hacerse apto para elevarse hasta la más alta perfección moral, empiécese por la humildad..., continúese con la humildad y termí- nese en la humildad... Lo cual podría conseguirse sa- biendo obrar de modo que las altas potencias del al- ma dejen de andar por doquiera ocupadas en multitud de objetos secundarios y sí aplicadas, mediante el reco- gimiento, a dos solos puntos, es decir, a lo esencial: a conocer lo que es Dios y a conocernos a nosotros mismos. La virtud y la santidad son la contraposición del espí- ritu del mundo; así lo comprendió nuestra gran capu- chinita... Reconoció que el orgullo era el espiritu del mundo, y optó por vivir olvidada en la humildad de un claustro capuchino. Conoció que el reino de Dios, con la verdad por jefe, el amor por ley y la eternidad por duración (!), se deberá a los humildes de corazón; por- que el reino del mundo, que se apoya únicamente en la codicia de la carne, en la inclinación desordenada de los ojos y en el orgullo de la vida (*), es la herencia de los hijos de Satanás... El orgullo es, precisamente, ese fal- so amor propio que ha dado nacimiento al reino de las tinieblas. Orgulloso es el que vive según su propio es- píritu... La humildad es el espiritu de Cristo... El or- gullo, deliberadamente, se rebela contra Dios, no es- cucha más que las inspiraciones de su propio juicio y sólo conoce su propia voluntad. Pero el que comprende el espíritu de Dios, debe, ante todo, someter humilde (1) 8. Agust., Ep. 138, 3.9-17. (2) Joan., 11-16.

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