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SOR MARÍA ANA DE JESÚS 33 Maestro celestial. Este rogó y perdonó en la cruz a los mismos que le mataron. La dulce contemplación de la figura ensangrentada de Jesucristo avivaba en Sor Ma- ría Ana el recuerdo de aquel generoso acto de caridad, y procuraba imitar a su Esposo de sangre, procurando mayor amor y solicitud con respecto a los que más la odiaban. ¡Pobrecillos, decía, no tienen ellos la culpa..., más me- Yezco yo...! Pero la caridad de las almas como la de Sor María Ana no se para en lo que atañe al bien del cuerpo y a las necesidades espirituales..... Le interesaba mucho más el socorro espiritual. Jesucristo Señor nuestro ejerció las dos formas de caridad: curaba a los enfermos, consolaba a los afligidos; pero, sobre todo, declara que vino a dar su vida por las almas: ut vitam habeant. Llegó hasta el extremo de constituirse víctima de la justicia del Padre por nuestros pecados y por reintegrarnos en el derecho de la posesión de la vida eterna..... Sentiase Sor María Ana muy inclinada a ofrecerse en victima por los peca- dos del mundo, y parecíanle pocos los tormentos de los mártires por contribuir a la expiación de las faltas y cul- pas de todas las almas... Dolíanle mucho las deficiencias e ingratitudes, sobre todo de personas religiosas, porque el Corazón de Jesús le había declarado lo amarga que le era esta parte del cáliz... y por ella hubiera deseado me- terse en el infierno para evitar tales ofensas, y como el B. Diego de Cádiz, su gran hermano de hábito, lanza- ríase contenta por aquellos encendidos campos de dolor para ganar almas para Dios. Procuraba también que entre sus Hermanas se practi- case la caridad con espíritu de verdadera unión y, cuan- o ocurría el caso, manifestaba ella misma lo que pasaba

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