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30 LA PERLA DE LA HABANA estascantidades providenciales debidas, según las monjas, a la caridad de Sor María Ana, porque es preciso tener en cuenta la pobreza altisima en que viven las capuchinas y sólo pueden manejar el dinero puramente necesario. Volvamos a escuchar otra candorosa historia de la ca- ridad de la solícita enfermera, de Sor María Ana... «Un dia por la tarde, mientras la oración, le hacía falta un huevo para una enferma y no lo había sino era en una despensa cerrada con llave, que la tenía Sor Ma- ría Asunción... Sin duda, daba pena a la amable enfer- mera sacar de la oración a esta Hermana y también la dolía hacer esperar a la necesitada enferma... Sin otro discurso, toda confiada en Dios que debía premiar su ca= ridad, fué a la despensa y se le abrió blandamente sin llave ninguna; cogió ella el huevo que buscaba y se vol- vió a cerrar la puerta, sin que sus manos tuvieran arte ni parte en ello, Extrañada quedó la Madre Abadesa del caso, aunque * tenía harta experiencia de su poder, y, por vía de estu- dio y mejor información, mandó al día siguiente que se quitaran del gallinero todos los huevos y que los que había en casa se guardasen con buena llave... Llegada la hora de dar el huevo a la enfermita, mandó la Madre Abadesa a una religiosa que la siguiese detrás, sin que lo notase Sor María Ana. La amante enfermera tomó, como el día anterior, el camino de la despensa bien cerrada, y al llegar a ella se repitió el caso de abrirsele la puerta y cerrarse después de haber tomado el huevo...» Casos semejantes sucedían muchas veces, dice la cro- nista Sor María Paz, y añade: «¡Cuántas veces también nos aliviaba y quitaba las enfermedades que padecía- mos! pero como era tan humildisima, no quería valerse e

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