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SOR MARÍA ANA DE JESÚS 29 Asunción a decir a nuestra Madre que no tenía cuartos para comprar las cosas necesarias del día; estaba pre- sente Sor María Ana y le dijo que no se apurara, que tuviera fe... Salieron de la pieza, y, camino del torno, arro- jaron sobre Sor María Asunción cinco duros en plata, que rodaron buen rato por el suelo (*)... Quedó Sor Ma- ría Asunción toda asustada y sin saber lo que la pasaba, Y también nuestra Madre que con ella iba llevando a un lado a Sor María Ana... ¿Quién pudo haber sido el tira- dor de aquellos relucientes cinco duros? ¿Cómo podía ser ni ella ni otra monja de la Comunidad pues, por la mise- ricordia de Dios, ninguna tenemos un céntimo?» Es verdad, las pobres capuchinas no tienen blanca ni negra consigo... El síndico de la Comunidad corre con las cortas limosnas que pueden pertenecerles en nombre de la Santa Sede... De suerte que, como dice la cronista, no pudimos saber quién fuese el que trajo aquel dinero, pero criatura humana no pudo ser. Al producir la con- siguiente extrañeza en la Madre y la tornera, Sor María Ana, que con la Madre iba, exclamó: ¿«No le decía yo que tuviera fe»? Añade la cronista en su gran sinceridad y candor: «Este caso lo hemos visto y presenciado nuestra Rvda. Madre, Sor María Asunción, Sor María Verónica, Sor María Perseverancia y Sor María Paz, que soy yo, y lo podemos jurar no sólo esto, sino todo lo que escribo aquí...» Otro día le sucedió otro caso parecido a la misma tornera, sólo que no le tiraron a la cabeza los dineros, si- no que se los dejaron encima de la mesa del torno: fué un duro, y otro día tres pesetas que necesitaba para la leche y la carne de las enfermas, y así muchas veces sucedía. No se extrañarán nuestros lectores de la parquedad de (4) Milagros como éste ha hecho recientemente Sor Teresita de la Santa Faz.

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