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4 qe] 4 4 A 28 LA PERLA DE LA HABANA berla dado valor para llevarla a cabo... No se diga que ya desapareció la lepra totalmente, como hemos leído en cierto libro francés, porque sabemos que en América subsisten todavía leproserías como las de La Guaira y Maracaibo, donde nuestros misioneros de la Provincia de Castilla y las Hermanas de Santa Ana cuidan de los pobres enfermos... De los actos de caridad realizados siendo religiosa, pudiera hacerse un tratado bien edificante e instructivo... Pero Dios quiso glorificar la caridad de la humilde Her- mana con prodigios que los tenemos atestiguados por las mismas religiosas, testigos presenciales. Del manuscrito de Plasencia copiamos estos trozos tan llenos de candidez como de verdad: «En la última elección que hubo la nombraron enfer— mera, y no había necesidad que no se remediase hacien- do milagros, si era necesario, como se verá en los casos siguientes, que el Señor permitió que viéramos con nues- tros propios ojos. Sor María Ana no quería más que ocultarse, y tanto, que me dijo a mí un día (habla la cro- nista), que no encontraba en la tierra sitio bastante hondo para esconderse ella y ocultar todas sus cosas... Las pro- fundidades del mar le parecerían todavía a flor de agua para ello... A pesar de todo, y a costas de su humildad, Dios la descubría muchísimas veces con el milagro en la mano.» Más que su humildad la obligaba su caridad, y viendo una enferma en necesidad, ya no pensaba más que en socorrerla... Oigamos otra vez a la cronista del convento: «En una ocasión necesitábase un poco de aguardiente para una enferma y no lo había en casa. Sor María Ana cogió una botella, la llenó de agua del caño y se convirtió en aguardiente, quedando remediada la necesidad. Otro día fué la primera tornera Sor María a CU

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