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A AA AA 318 LA PERLA DE LA HABANA É escribir a V. R. cuatro letras, haciéndole saber, de mi parte, el beneficio que estoy disfrutando hace más de cinco meses, y sin duda ninguna que el Señor me lo ha concedido por intercesión de Sor Maria Ana, mi queri- dísima Hermana. > Más de 8 años hacía que estaba delicada; según decía el médico, mi enfermedad era de tuberculosis. Cuatro años llevaba en la enfermería, y, aunque me encontraba mejor que lo que había estado, no tenía disposición para nada. Mucho deseaba conformarme con la voluntad de Dios, pero, con todo, suspiraba continuamente por la ob- servancia de la santa Regla. Cuando tuve la dicha de ver por primera vez las fotografías del Niñito Jesús Cubani- to y de Sor María Ana, no sé lo que pasó por mí, pues recibí una impresión muy agradable; cuando oí leer la carta de V. R., toda ella me entusiasmaba, pero sobre todo de que Sor María Ana (como era tan humilde) no quería nada extraordinario, sino «la santa Regla, la san- ta Regla». «Entonces, dije yo, si alguno me ha de alcanzar lu que deseu, ha de ser esta bendita alma.» Enseguida empecé a encomendarme a ella con mucha fe y gran confianza; el día siguiente pedí licencia a la Madre Superiora para que me dejara seguir en todo la Comunidad: ir a maitines, ha- cer la disciplina y oficiar en el coro, pues fué la casuali- dad que me tocase aquella semana hebdomadaria; la po- brecita Madre mucho deseaba todo esto, pero, como pru- dente, reparaba para darme permiso, porque conocia que sin una gracia especial de Dios no podría hacerlo; sin embargo, como me veía tan animosa, por fin me conce- dió, y desde el primer día me encontré perfectamente bien, y al presente, gracias a Dios, continúo sin novedad.

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