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ado] A A e PAN A 314 LA PERLA DE LA HABANA mísima fe y confianza, a una habitación en que habia un Crucifijo, me postré y, con todo mi corazón, dije: «Sor María Ana, hermosa, pídele al Señor que, por tu mediación, me sane de esta enfermedad que padezco y me dé buena salud para ver realizado mi deseo de ser religiosa, sea aquí, en Santa Clara, o en el convento en que tu cuerpo reposa; todo esto dile a Jesús que lo pido, si es su-santa voluntad, para su gloria y para que pronto se reconozca tu santidad». Así dije con todo el afecto de mi almo, y pensando que nuestra santica estaba presen- te; pronto fuí oída. ¡Oh prodigio! Cuando me levanté de mi petición sentí en mí como una reacción, que mi cuerpo tan debilitado cobraba fuerzas y sentí a mi alrededor una fragancia A celestial. Desde aquel momento hice la vida ordinaria de la casa; aquella tarde comi de todo como los demás, y sentí, no sólo en el cuerpo, sino en mi espíritu, un bienestar que no podía explicar. Así, en completa salud, pasaban los días, y un día en que mi tía Isabel y yo es- tábamos reunidas me dijo ella que realmente estaba cu= rada por Sor María Ana; y hablando ¡as dos de las gra= cias con que el Señor la favorecía y de lo pronto que Dios me había sanado por ella, sentimos una fragancia hermosísima, algo que era de Dios; y esto no es una idea, sino muy real, cierto, certísimo, lo cual ella y yo podemos jurar sin escrú¡ulos, si preciso fuera. Desde el día ya dicho, 26 de septiembre, mi salud es excelente. Conste que mi enfermedad era grave y sin esperanza humana para curarme. No sé con palabras expresar, dado mi estado de en- fermedad, que esto ha sido un milagro; otras veces el Señor oye a sus Santos y concede en varios días lo que
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