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SOR MARÍA ANA DE JESÚS 313 porque mi estado era grave y que nunca quedaría com- pletamente bien de salud. A fines de enero, y sometida a la voluntad de Dios, volví otra vez al mundo; mi familia, solicita y alarmada porque mi estado era por momentos peor, llamaron a uno de los mejores médicos, y no omitieron nada para aliviarme, pero todo en vano; a éste le sucedió lo que a los demás que me habían visto, y llegaron a no tener ya qué recetar; y yo, falta de alimento por los vómitos con- tinuos, me sentía morir. Viendo que todo era inútil, suspendi todas las medici- nas, se despidió el médico; quedé sólo en manos del Se- ñor, pues los ruegos a varios Santos también cesaron. A los pocos días de mi nuevo proceder, una religiosa amiga nuestra y muy entusiasta de Sor Maria Ana (la cual ha conseguido una gracia especial por ella), nos mandó las copias de unas cartas que trataban de los prodigios de nuestra amada santica (*). Yo pensé escribir al dichoso convento de capuchinas en que reposa su cuerpo, para que ante su sepulcro pi- dieran al Señor, por su Sierva, me diera la salud, si era su santa voluntad. El día 26 de febrero de 1908 (miércoles) amanecí peor que nunca, pues el tiempo pasaba y mi estómago no re- cibía ningún alimento y yo estaba fria y sin aliento; vino ese día mi Padre confesor (franciscano), le dije mi idea de escribir, solicitando que pidiaran por mí, y él me contestó que por qué había de tardar si aquel mismo día se lo podía pedir a mi amada Sor María Ana; ese mismo día, apenas se retiró el Padre, llegué, llena de una fir- (1) Téngase en cuenta la nota del apéndice primero. Sólo por no alterar los originales, y en el sentido dicho, pasamos por alto esta palabra,
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