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SOR MARÍA ANA DE JESÚS 25 ridad fraternal de Sor María Ana, cuyo tierno corazón de paloma era todo para todas las Hermanas con quienes vivía... Veía en su práctica el medio que le permitía no solamente alcanzar la perfección, sino el gozo en medio de sus luchas para llegar a ella... Nada le costaba some- terse a los oficios más abatidos por ejercer esta santa virtud. En verdad, que quien se queja de que le cuesta demasiado cumplir lo que el precepto de la perfección le pide, tiene en eso una prueba de lo inmensamente pobre de su caridad... Pero la caridad en Sor María Ana no era un simple medio de llegar a la perfeccción, era la perfección misma, porque, según S. Pablo, el fin de todos los preceptos es la caridad (*), y ella la cumplía de una manera tan delicada y absoluta, que parecía una alma que era llevada a todas partes por las alas del amor y de la benevolencia. HI Debieran recordar frecuentemente las almas religio- sas que sin esta virtud no es posible cumplir los deberes de cristianos (*), mucho menos los de religioso. Todas las buenas obras, todas las las observancias más austeras son inútiles sin esta hermosa flor de los cora- zones puros. Ella hermosea los jardines de Dios sobre toda otra flor, y todo es para Dios indiferente si no está perfumado por el aroma de la santa caridad. Sabía Sor María Ana que esta virtud era la raíz (?), la vida, (*) el alma, el lazo de todas las virtudes (*); que (0) I Tim. 1-5. () 8. Lim. Agust., «Gratia Christi», 20-27. (3) $S. Agust., «Gratia Christi», 20-21, (%) Pedro Blesence, De Charit. 2, 1. (5) Col. THT-14.
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