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356 LA PERLA DE LA HABANA desa, para decir algo siquiera de lo muchísimo que pudie- ra decir acerca de nuestra queridisima hermana Sor Ma— ría Ana, sino fuera que no tengo palabras, pues, habiendo visto tanto, puedo dar razón de muy poco por mi corta capacidad; sea Dios bendito por todo. Apenas entró en esta santa casa, se le notó un espíritu de mortificación tan grande que todo lo peor de casa le parecía sobrado para ella, 7 de hecho lo escogía si le pa— recía que nadie la miraba. Se escapaba al gallinaro a recoger la basura con las manos con una alegría que se comprendía lo mucho que gozaba con aquella mortificación. En la obediencia dejaba todo por obedecer a todas; en la humildad fué: donde más se distinguió esta alma privilegiada, pues con tantas finezas como Dios y la Santísima Virgen la favo- recían, ella se quedaba en su nada. Una vez que, estando nosotras, se le volvió de cara la imagen de la Santísima Virzen del Puerto, poniéndose postrada en tierra, dijo: «Madre mía, no hagáis tantas finezas a este vil gusano». Otra vez que estábamos las dos en una pieza, teníamos una imagen del Santísimo Niño para vestirle, permane= cíamos tres o cuatro metros de distancia de la imagen; como estábamos trabajando no me fijé en nada más que mi querida hermana Sor Maria Ana guardabacon mucho cuidado alguna cosa; le pregunté y se puso toda cono un carmín; con más deseo de saber, la levanté el manto y veo la imagen del Santísimo Niño, escondidito para que yo no le viera; entonces, avergonzada y llorosa, me dijo: «Haga la caridad de no decirlo a nadie, por amor de Dios se lo pido». Como este caso, muchisimos podría contar, pero ya quedan escritos: el de las llagas y corona de espinas que tanto trataba de ocultar y que nosotras tuvi- mos la dicha de ver y tocar; después de muerta la tuve

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