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SOR MARÍA ANA DE JESÚS 295 grinas en Angelita. Me dice que tenía mucha inclina- ción para las conversaciones espirituales y sobre todo para la meditación, y para ocultarse a las miradas de sus hermanas se escondia en el inodoro o se subía a la azotea para más libremente comunicarse con Dios. Esto mismo me contó otra muchacha también de la casa, y n santidad, como les escribí a nuestras que murió con g buenas capuchinas de Plasencia, y añadiéndome la vio- lencia que se hacía la Angelita cuando sin razón le con- trariaban los de casa. Desde muy niña, dice M. Car- melo que manifestó un amor extraordinario a N. P. San Francisco, y un corazón muy generoso, magnánimo y muy agradecido a las más insignificantes atenciones.— Me tienen referido las RR. MM. del Apostolado de Ma- rianao que les llamaba la atención nuestra Santita cuando recorría los pasos dolorosos del Vía Crucis, por la abun= «dancia de lágrimas que derramaba ante la consideración de los dolores de nuestro Crucificado Jesús. Observaban también en la familia que en las tardes que acudía a la bendición de S. D. M. volvia a casa Angelita con una fiebre muy alta, que duraba hasta el siguiente día, fiebre producida por un intenso amor al divino Prisionero de nuestros altares. Y ¿qué decir, mi buen P. Juan, de las gracias y mi- lagros que ha obrado aqui en favor de sus devotos y ad- miradores? Muchas veces han llegado a mis oídos voces de curas milagrosas realizadas por intercesión de ella. Hace pocas semanas que fuí a confesar a una aristocrá- tica señora de esta ciudad y muy devota de Sor María Ana, la que me presentó sus dos hijas, que habían esta= do en las puertas de la muerte, pero que, encomendándo- las con fe a Sor María Ana, se curaron radicalmente: y somo ante su sravedad, « ¡ue consistía en un próximo y

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