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SOR MARÍA ANA DE JESÚS 289 Los cielos cantan su omnipotencia, su grandeza los mares, la tierra su fecundidad; las nubes con sus altisi- mos promontorios figuran la peana en que descansan sus pies. El relámpago es su voluntad, el trueno es su voz, el rayo su palabra. El está en los abismos con su sublime silencio, y con su ira sublime en los huracanes brama- dores y en los torbellinos impetuosos... El nos pintó, di- cen las flores de los campos. El me dió, dicen los cielos, mis moradas espléndidas; y las estrellas: nosotras somos centellas caídas de su resplandeciente vestidura. Al pa- sar por delante de nosotros, su hermosisima figura que- dó en nosotros estampada. De esta manera unas cosas representan su grandeza, otras su omnipotencia, y el ángel y el hombre, especialmente, los tesoros de su bon- dad, las maravillas de su gracia, los resplandores de su hermosura. Así canta Donoso Cortés en un pieza acabadísima de su escultural literatura la grandeza di- vina... Pero donde más brilla y destaca su poder y ex- celsitud es en esos trozos de baja arcilla en que ha hecho resplandecer con fulguraciones soberanas los atributos de su amor: los Santos. Dios es admirable en ellos, dice el salmista coronado; y si en la creación natural es admi- rable, en la creación espiritual y sobrenatural es adora= ble... Sí; repetimos con el poeta español que, poniendo a todo esto una orla de magnífica bordadura, dice Arpa esla creación que en la serena inmensidad oscila con ritmo eterno y cántico sonoro. Y no hay murmullo ni rumor ni acento en tierra, mar y viento que del himno inmortal no forme coro; el insecto en el césped escondido, el pájaro en su nido,

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