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is 7 288 LA PERLA DE LA HABANA alegación acabada, de resignación completa, unida a Dios con perfectísima lazada de amor, extática y prodi- giosa, que tenía abierto el libro del porvenir y que cerró sus ojos mortales anunciando los futuros calvarios de su amada Comunidad, y que a pesar de todo, por parecerse mejor a Jesucristo, su Maestro modelo y Esposo, aceptaba las contradicciones que su fama sufriría luego de muerta, diciendo a su Director: «que el tendría que defenderla», como es hecho público y notorio que tuvo que hacerlo ante su venerable Prelado y ante las Congregaciones de Roma. Ahora sí que se había realizado lo que un día, lleno de cariño y amor, la dijo Jesús: «Ya yo soy el Due- ño de tu corazón y tú eres la dueña del mío...» ¡0h felicidad! Mientras cubres a Sor María Ana con la púrpura de la eternidad y llenas su alma de gloria inmarcesible, arroja sobre nosotros un destello de espe- ranza, danos a beber las ricas aguas de tus cristalinas corrientes donde se hartan los bienaventurados... ¡Feli- cidad! Tu nombre es sagrado, pero sólo te veo escrita en el cielo... Abrenos sus puertas y por ellas entraremos a participar de tus caudales de dicha. Para Jlegar hasta ti es preciso morir a la felicidad vo- luptuosa de la tierra, amar la pureza, vivir en humil- dad... tender el vuelo como las palomas, que nunca se po- san en lugar manchado... Es preciso confiar en Aquel que dijo: Confidite ego vici mundum; en Aquel que allana los caminos (*) de la vida; que posee la plenitud de la justicia; que había de hacer revivir la edad de oro y vol- vería a tracr la Virgen desterrada (*); en aquel Autor y <onsumador de la fe (%) y Salvador de todos. (*) (1) Prov., XL-5. () Virg., TV-6. (4) Hebreos, X1[-2. (4) Hebreos, 11-10.

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