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E e di 282 LA PERLA DE LA HABANA tor en la carta citada. El termómetro que utilizó para graduar la temperatura de Sor María Ana, por habérselo puesto ésta, lo quería tener la M. Abadesa como recuer- do. No accedía el doctor mientras no tuviese otro de igual bondad y confianza... pero, Sor María Ana debió aonocer la voluntad de la Madre y tal vez también la voluntad de Dios, y el día siguiente lo cogió con la mano y subió toda la columna como otras veces; y «por más que hice, testifica el doctor, no me fué posible bajarla, y, como «si para nada me servía, lo dejé en el Convento», y añade el caballerosu doctor: «Esto que he visto y me consta de pro- pia experiencia, lo digo y lo diré en todas partes; porque decir otra cosa, sería falsedad». Un profesor de S. Car- los de Madrid, a quien se mostró el Reamur, dijo que aquello no era natural..... Pero ahora viene lo extraño, y pasmosa comprobación de que todo aquello era milagroso... Tan extraordinaria calentura cedía al imperio de la obediencia, como suce- dió alguna vez al decirlela M. Abadesa: «La mando que se quede sólo con lo que sea natural» (1). Esto no nece- sita comentarios..... Vengamos a otro caso ocurrido también: durante su vida, caso que oímos de labios de la misma interesada en el convento de la Preciosa Sangre, de la Habana, y que ahora vemos consignado en el escrito del P. Yagúe, copiándolo de una carta de D.* Candelaria. Dice asi: «Quiero aprovechar esta ocasión para decirle lo que su= cedió a mi hermana Sor Jacinta del Monte Carmelo respecto de Sor María Ana. Leía la vida de la B. Cres- cencia, traducida por el Ilmo. Sr. Santander, Obispo de la Habana, y llamó su atención el medio de que se ha- (y Carta citada,

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