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SOR MARÍA ANA DE JESÚS 2 £rum, nos grita el apóstol (!), y en tudo quiere y desea -obremos conforme a ley y razón... No tenemos por qué entrar en la exposición cientifica del milagro; es, en ver- dad, el sello real, credencial divino; y donde se des- cubre uno, por allá anda Dios... Pero no nos atrevemos a dar nombre de milagros a los hechos que van a cons- tituir la comprobación final de la santidad de Sor Ma- ría Ana..... Hemos hablado ya de sus prodigios en vida; la Iglesia, empero, hace poco caso de esta primera parte de los lie- chos milagrosos (*). Conocida es la epístola en donde San Pablo dice: que tener caridad es preferible a transportar montañas... Estos milagros corporales muestran a veces la santidad, pero no la constituyen... San Gregoriu el Grande distingue admirablemente dos clases de mila- gros: los propiamente dichos, que son los corporales,y los milagros espirituales, que no son otra cosa que las vir- tudes llevadas hasta la perfección y el heroísmo... Los primeros pueden hacerlos, aun los malvados; sólo los bue- mos pueden gozar de los segundos..... Sabemos que en el juicio emitido ya para la beatifica- ción, ya para la canonización, no se examinan los mila- gros sino después de haberse probado las virtudes he- roicas o el martirio del Siervo de Dios (?). Pero entre los milagros que, como hemos dicho, son sello real los más valiosos, casi los únicos valiosos, son los que se realizan después de la muerte; es decir, cuando (ty) Rom. XII-1. (2) Decía un P. Jesvuíta, que la Beatificación del P. Hoyos la veía imposible por su vida tan extraordinaria y poco práctica... Se es- eribió, pero la Sagrada Congregación la rechazó por no ver sólido fandamento de santidad en favores singularísimos, sin heroicas virtudes...; más tarde, empero, se tomó en consideración y fué ántroducida la causa. » «Psicología de los Santos», pág. 94.

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