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| E e 278 LA PERLA DE LA HABANA Tratándose de hechos, no sufre la sana crítica argu- mentar a priori. Cuando se trata de un hecho y existen testimonios, hay que ir en busca de ellos, y no son sufi- cientes las deducciones simplemente lógicas para impo- ner una opinión. La historia reclama sus derechos con- tra la filosofía y la metafísica... Cuando hay empeño en combatir una verdad histórica, a falta de testimonios se echa mano de la sutileza de la argumentación; contra los hechos no valen argumentos... Sor María Ana está en posesión de la verdad histórica, o mejor dicho, la his- toria está en posesión de sus brillantes virtudes... ¿Puede admitir esta afirmación, además de las aducidas, otra comprobación? Si... y bien gloriosa... su presencia espi- ritual después de la muerte... Nos referimos a los favo- res por ella alcanzados a sus devotos; en una palabra, su presencia por los prodigios que obra desde el cielo. Los enfants terribles de la ciencia incrédula no se avienen ni a oir la palabra milagro. Si leen la Escritura, es para hallar contradicciones entre unos y otros luga- res de los libros santos. Si hojean la Historia, es para buscar inmundicias que echar al rostro venerando de la Iglesia... Si leen la vida de algún Siervo de Dios, es para buscar materia de chacota... Y, así como hay quienes creen que cada fósil que encuentran en las rocas es un argumento contra la religión, y cada reacción química un mentís arrojado a la cara del catolicismo, así les pa- rece que cada nuevo descubrimiento biológico o físico es un golpe de piqueta contra los milagros. Ni los admiten en Jesucristo, ni en los Santos... La soberbia cientifica enronquece a fuerza de gritar contra los milagros: ¡im- postura! ¡impostura! La teología católica no induce a que se crea a tontas y a bobas; rationabile obsequium ves

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