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SOR MARÍA ANA DE-JESÚS 269 Nada encontramos que se oponga a esta conclusión. No se trata, repetimos, de una cuestión de fe... No re- elamamos para nuestros asertos una fe divina. No; nos lo prohibe el decreto de Urbano VIII y también nos lo vedan las reglas dadas por Benito XIV aun respecto a los titulos de venerable, ete., que damos a la Sierva de Dios... Sólo pretendemos recabar una fe humana histó- rica mientras la Iglesia con fallo superior no resuelva otra cosa... IT Para ultimar este capítulo nos parece bien fijar la atención en algunos detalles de nuestra historia, con el fin de allanar ciertos reparos que no merecen la pea, pero que se nos han hecho. No puede ser recusable el testimonio de sus Hermanas por serlo, porque lo mejor acaso de la vida de Sta. Te- resa, se funda en los relatos de sus religiosas. Santa Te- resa no tenía más que pasar por cerca de sus hijas para adivinar sus deseos y tentaciones, según los testimonios más exactos de sus religiosas. ('). Para formar la verdadera historia de la V. M. Agreda se echa mano, con gran provecho, de lo que escribió so- bre ella su amiga de siglo y religión Sor María Josefa de San Juan Evangelista. (*) El que un cronista sea hermana de hábito no acusa motivo de sospecha. Precisamente por ser testigos de ( La psicología de los Santos», pag. 79. (”) «Mensajero del Corazón de Jesús», artículo de Nazario Pérez, mes de enero de 1913 Sor Catalina de San Antonio escribió la vida de D.”* Beatriz de Silva, en 1661, y no ha dejado de ser elogiada. Recuérdese el valor de «Los Contemporáneos», en la historia de la B. Margarita Ma- ria Alacoque. AMAN PP e | | | | | | | | | | E

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