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AMAS DIA A RA RADIO CT AE ARA ea 266 LA PERLA DE LA HABANA Ana... Cuando fuimos a informarle, según nuestro leal saber y entender acerca del asunto, lo recordamos muy bien, nos dijo estas terminantes palabras: «Padre Guer- nica, yo pienso como usted: creo que es una santa; sin »embargo, como obispo, la contradeciré, porque los tiem- pos son malos y pueden burlarse de nosotros si al fin no fuese verdad». Esto nos dijo el señor Obispo, y nunca creímos que por sistema y por convicción contradijese tan venerable Prelado a una Sierva de Dios tan grande. Pero creemos más: creemos que cuanto ella fuese más grande y extraordinaria, con mayor cautela y rigor de- bió tratarla el señor Obispo... Al fin, siendo obra de Dios, adelante había de salir en sus empeños la gracia de Cristo. No sabemos si después cambió de parecer o le hicieron cambiar de juicio..... Una cosa podemos decir para contestar a los que han creído que Sor María Ana no estaba en las más cordiales relaciones con el señor Obispo, y es que nunca la oímos hablar del Prelado sino con mucha veneración... Fatigábase ella porque, a ve= ces, no podía cumplir lo que el Prelado disponía. «¡Ay, mi santo Prelado, mi santo Prelado!» Asi la oíamos ha- blar siempre que se trataba de él. Véase una prueba en la cuenta de conciencia del 15 de noviembre de 1900: En ese día declaró a su Director la gran enfermedad pa- sada por el señor Obispo, a quien Dios nuestro Señor quería llevar por lo muy acepto que le era. Mas ella, después que ya había entendido en la oración el estado del enfermo, pidió mucho, según le mandó la Madre, y consiguió que Dios nuestro Señor le prolongase la vida, diciéndola: «Te lo dejo, hija, te lo dejo» (*). (1) «Anotaciones», pág. 10. Desconocemos otras declaraciones gue tiempo adelante, hizo del mismo Prelado; las conserva el Pa- dre Yagúe, y no han llegado a nuestras manos. ici

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