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SOR MARÍA ANA DE JESÚS 19 viar y aligerar nuestra dulce capuchinita ofreciéndose en víctima y holocausto por los que no le amaban. Sin esto sembraremos a millares buenas obras, pero nada cosecharemos... Tal vez hasta en lo bueno que hacemos nos buscaremos en demasía y olvidaremos a Dios. ¿Por qué nos entregamos a numerosas prácticas de piedad y nos sentimos frios? ¿Por qué andamos devorando cuanto aparece en materia de invenciones piadosas, y sin em- bargo no sentimos el generoso amor de Dios? ¿Por qué andamos siempre tras de nuevas obras de religión y no nos saciamos nunca?... Es que en todo nos buscamos más a nosotros que a Dios... La gloria y amor del Señor ocupa un puesto secundario, y en todo caso no queremos practicar el retiro, la oración y el sufrimiento..... Con ese modo de obrar nos exponemos a un desengaño fu- nesto... Cuando creamos haber obtenido un éxito espiri> tual, habremos echado todo en un saco roto (*). La razón es sencilla: al complacernos en nuestro celo, en nuestra severidad, en nuestra puntualidad, en nuestras devocio- nes y obras buenas, hemos alimentado y fomentado nuestro amor propio y no el amor de Dios... Tal vez hemos desdeñado a los que no hacían lo que nosotros, y hemos herido la caridad, y con ello hemos perdido el verdadero amor de Dios. No todo depende de la austeri- dad de la vida y de la multitud de acciones externas... Tampoco hace santos la cantidad de ejercicios piado- sos... Los derviches (*) y los lomas, dice un apologista, quizás nos son superiores desde este punto de vista, y, no obstante, no les envidiamos semejante ventaja... Lo que nos importa es crecer en amor de Dios, buscan- (') Dent. XXVIII, 30 y sig.; Mich. Vl-15; Agg. 1-6. () Son una especie de monjes mahometanos.

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