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SOR MARÍA ANA DE JESÚS 245 la grandeza de la Providencia de Dios y esperemos con- fiadamente que de todo esto brotará una luz tan grande como las tinieblas con que se trató de envolver el nombre y la santidad de la gran Sierva de Dios... No pudo haber mayor infamia que la que envolvió en el fuego exter- minador la figura y la memoria de la Doncella de Or- leans... La revisión del proceso y la autoridad de la Silla apostólica, la han elevado hoy al honor de los altares..... También quiso infamarse en la tumba la memoria de Escoto, el gran defensor de la Inmaculada, y hoy está próximo a ser beatificado... No podemos prejuzgar las determinaciones de Dios..... Por fin, el día 26 del mismo mes de agosto se celebra- ron las honras fúnebres que consistieron en una Misa cantada por dos cantores y una Vigilia, y el 27 otra Misa y otra Vigilia..... Hicieron menos que a ninguna otra religiosa, a pesar de que el Sr. Obispo mandó «que no se hiciera ninguna cosa que no sea igual a las otras monjas que han muerto». Se conoce que en todo esto flotaba la convicción interna de que Sor María Ana necesitaba menos sufragios que otras difuntas... Era verdad, y por eso es perdonable la demora y la parsimonia en los .ho- nores fúnebres. Se nos dirá que se temía un tumulto del pueblo... Efec- tivamente; el pueblo seguía en su fe y sentir acerca de la santidad de Sor María Ana; hubiera deseado honras so- lemnísimas, ceremonias entusiásticas, y por eso se orde- nó que «si sucediera mientras se celebraban los oficios de honras algún alboroto en la Iglesia, que se suspendan inmediatamente, aunque estén a la mitad de la Misa». Careció, pues, el entierro y el funeral de Sor María Ana de aquella pompa y público agasajo con que se sue- le acompañar el entierro y funeral de otros santos; mas

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