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AP e ne l | | ÚÚ Úl 244 LA PERLA DE LA HABANA puestos a más rápida resolución o putrefacción, natural- mente hablando, porque es principio de medicina legal que ésta viene más de prisa en los cuerpos llagados, he- ridos y macerados que en los intactos (*). Así lo confie= san Lefert y otros doctores en medicina... Nosotros sabe- mos ya cómo trató la Sierva de Dios su cuerpo...; cómo hubo que hacerla una operación en la hinchazón de la pierna, en la última enfermedad. ¿Quién, pues, se extra- fiará de que se acelerase su corrupción una vez disociado del alma? También es principio de medicina legal que los que mueren de infección o de asfixia están sujetos al mismo fenómeno; y no es improbable que el exceso de calor que sentía nuestra admirable Hermana, y del que luego ha- blaremos, produjese en ella la asfixia y la muerte... Aquel calor que la abrasaba ya vimos que era inexplicable para los médicos. Luego, en vez de ser contra ella, sería ar- gumento en su favor el que, ni obedeciendo a las leyes naturales, se precipitase el estado de disolución. Hemos querido alambicar estos detalles que parecen ajenos a una obra de esta índole con el fin de que se des- vanezcan ciertas nubecillas que se interponen en espí- ritus poco avezados a la contemplación serena e impar= cial de hechos como el que acabamos de narrar. No queremos detenernos en la historia tan inverosímil que como cumplimiento de la profecía de Sor María Ana pudiera escribirse en este lugar; lo dejamos exprofeso por no interesar a la edificación del público. Tal vez lle- garemos a escribir, si las circunstancias lo hicieran ne- cesario. Dejando a un lado la pequeñez del hombre, subamos a (1) Antonelli, «Medicina Pastoralis», tom. II, núm. 953. Lefert, «Aide memoire de Medicine legale», pág. 62.
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