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18 LA PERLA DE LA HABANA «Lo primero que yo he ordenado buscar en el Evange- lio, dice el Salvador por boca de Sta. Gertrudis, es el reino de Dios y su justicia» (*); y por eso en el espíritu de Sor María Ana, aun en medio de una vida de amor tan interna, sólo flotaba el deseo de agradarle por el amor, y de honrarle en todo... Gustosa renunciaría todos los con= tentos que la causaba el amor, por sólo rendir a Dios un acto de adoración, por sólo ganar un alma para su servi- cio, por sólo alcanzar un grado de gloria para las almas más amadas de Dios... Quisiera ella que su amor no fue- se fuente de contento para su corazón, sino origen de propagar en todos los corazones el incendio divino... ¡Oh, si las almas religiosas aprendiesen en esta hogue- ra a buscar tambien dentro de sí el reino de Dios! Jesús se quejaba amargamente a Sor María Ana, como a la B. Alacoque, del poco amor que le tienen hasta las almas a El consagradas... Por Santa Gertrudis nos exhorta al progreso interior, que era lo primero que ordenaba en su Evangelio, y, re- firiéndose a dichas palabras, le añadía: «Que todos los que quieren ser amigos de Dios pesen la importancia de estas palabras, especialmente los religiosos y las religio= sas» (*). Hay tres cosas que señaladamente conducen a esto, que son: el retiro, la oración y el sufrimiento ocul= to; por esos medios se llega al amor generoso y abnega- do; por ese camino subió Sor María Ana a la altura de su admirable perfección amorosa... Nuestra obstinación en no comprender estas tres cosas, que evidentemente constituyen el fondo de la perfección de las almas, causa grande pena al divino Corazón, pena que deseaba abre (1) Luc., XII-31. (2) Gertrudis, «Legatus divine pietatis», 3-90.

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