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E, 240 LA PERLA DE LA HABANA 3 evitando tal vez un compromiso a la conciencia de las religiosas... Sin embargo, de hecho no existía ningún síntoma de corrupción, pues todavía seguía fluyendo la ] sangre fresca como en un principio. De nuevo se sintió la fragancia en sus manos y en la parte de su corazón. «Entonces, dice la religiosa, me quité el rosario del cuello y serlo puse encima entre las manos y el pecho; lo tuve así unos cinco minutos, y se impregnó de tal fragancia que me duró unos cuantos días... Esto lo podía jurar (*). Trajeron la caja ya de noche y nosotros la metimos " en ella, pues no queríamos la tocaran los hombres...» Fué ésta una providencia respetuosa que tuvieron las monjitas para con aquel cadáver que fué un sagrario de > pureza y una reliquia casta, santificada y consagrada por los más maravillosos misterios de la gracia... Aquel venerable cuerpo era digno de que lo tratasen ángeles y no hombres; razones tenemos para decir esto, que algún día se habrá de saber... No pudieron las religiosas bajar- lo'al coro, y para este menester se valieron de algunos hombres. «Entre algo que se había hinchado y que le hicieron la caja estrecha, no podía caber en ella y tuvimos que desatarle las manos que se las habíamos puesto como las tiene la Purísima, y ¡qué prodigio! después de 24 horas las tenía flexibles como si estuviera viva» (*). ¿De dónde se había sacado, pues, la conseja, cuento, fábula o pa= traña, de que el cuerpo corría a la corrupción? (*) ¿No es (1) «Defensa», del P. Yagile. (2) «Defensa», del P. Yagie. - (3) En el manuecrito de Sor María Paz se dice que a eso de las - once de la mañana apareció D, N. en las gradas y que preguntó «cómo estaba Sor María Ana... Le contestaron que estaba muy lin- da y echando mucha fragancia, a lo que contestó: «Bueno, pero de todos modos digan que cor:ía a la corrupción, y que ya no tiraba más». Manuscrito, página 119. Ñ l ME Ñ 1
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