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SOR MARÍA ANA DE JESUS 239 Es de suponer que, si siguiendo el uso y costumbre, se hubiese presentado a la vista del público, hubiéranse repetido las demostraciones de estima y de amor hacia aquel venerable tesoro. Tal vez no hubiera faltado en la aglomeración de la gente algún disturbio, y sobre t do la indiscreción de ciertos temperamentos hubiera, acaso, cometido algún desmán. Con motivo del cumplimiento de la orden del Ps ado, se inventó la novela de que el cuerpo de la Sierva de Dios corría a la corrupción; tomó cuerpo esta falsa idea y dió qué decir no poco a ciertas mentalidades de pre- disposición marcada a la incredulidad. ¿Cómo podía suponerse tal cosa, cuando se estaba vicn- do que el cuerpo de la dichosa muerta estaba fresco y exhalando gratísima fragancia...? Pensóse que las reli- giosas autorizasen tal invención, confesándolo asi para calmar la añsiedad y el descontento de los devotos. ¿Paro cómo podían declarar ellas lo que contradecía la obser- servación ocular, cuando el cadáver estaba todavía ma- , nando sangre Oigamos la relación de una religiosa: «No bien se hubieron recibido estas órdenes (*), cuan- do sucedió un nuevo prodigio, para mi más grande que Jos otros... Notamos que a nuestra querida Madre Sor María Ana ya no le salía aquella fragancia de la boca » de la nariz...; la sangre le manaba fresca, pero ya no aromática; aun pudieron empaparse tres pañuelos; los ojos, antes un poco entreabiertos, se le cerraron del todo muy apretados; se le hinchó la cara, produciéndole al- gunas manchas amoratadas, quedando bastante desfigu- rada...» Así quiso allanar ella las dificuliades del caso, (5 Las de hacer el entierro de noche.

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