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re 4 ñ pl É y i o y ERES TO 238 LA PERLA DE LA HABANA temperatura del local, la edad, la naturaleza de la en- fermedad y hasta hay algunas enfermedades que produ- cen elevación del calor corporal en la agonía y aun des— pués de lu muerte, v. g., el tatano, la viruela, escarlati- na, cólera, tifus, meningitis tubercular, la insolación, etcétera, en las cuales la temperatura puede elevarse de 38, Y a 43, aunque luego baja... Pow otra parte el calor perdura mucho más un las enfermedades agudas, en la apoplegía y asfixia, por exceso de carbono, y se retira con mayor celeridad en los padecimientos crónicos, hemorragias, etc. Finalmente, los jóvenes conservan mucho más tiempo el calor que los ancianos, debiéndose no olvidar la estación misma del año y la temperatura del local donde yace el cadáver ('), Pero aunque este detalle no sea bastante a consignar un caso prodigioso, no dejará de contribuir a la edificación del pueblo unido a lo primero y, sobre todo, junto a este otro dato que nos suministra la misma religiosa y registramos en el mis- mo escrito del P. Yagúe. «Cuando las religiosas pensaban llevarla al coro bajo, según costumbre, para que la viera la gente que llenaba la Iglesia, ansiosa de venerar aquel sagrado cadáver, se recibió orden de palacio para que no se pusiera a la vista del público, añadiendo que el entierro debía ser aquel mismo día por la noche.» No sabemos a qué motivos podía obedecer esta reso- lución tan inespesada del Prelado..., pero fué acatada respetuosamente, bien a disgusto del público y con pena de las religiosas que deseaban, naturalmente, ver hon- rado el cadáver de una Sierva de Dios, en quien tantas señales de santidad se dejaron ver y vieron ellas mismas... (1) Icard, «La mort realle et la mort apparente», París, 189”, p. 32.
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