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SOR MARÍA ANA DE JESÚS 17 Su afán más intenso era trabajar como las demás Her- manas, ayudarlas en la medida de sus fuerzas, porque el mismo amor de Dios la ponía en mejores condiciones para ocuparse del prójimo... Y aun había ocasiones en que renunciaba a las caricias y requiebros del Niño Je- sús, por ocuparse en trabajos manuales propios de su sexo. «Déjame, cielito, le decia a Jesús, que ahora tengo que hacer esto.» Llena de sencillez y de amor, ponía al servicio de la voluntad divina su inteligencia, su corazón y su cuerpo. Todas sus acciones tendían a ese fin y eso le dió fuerza de elevarse y cernerse en las alturas de la perfección..... Eso fué también lo que la preservó de las vias engaña- doras... Toda su vida, en fin, se consagró al amor de Dios, que da luz y calor. Por eso fué para ella luz y consuelo, lo mismo en palabras que en obras... Todo lo que podía decirse ciertamente de todos los Santos, y que lo dijo Passionad marcadamente de Santo Domingo, era en Sor María Ana una como necesidad del corazón... Llena de confianza en Dios y de celo por su gloria, preveía los acontecimientos más dolorosos en una actitud serena y pacifica... Si algo se turbaba, no era por ella, que estaba segura en Dios, sino por las personas que serían envuel- tas en la ola de la persecución... Oraba de tal modo, que parecía que no hacía otra cosa, y realizaba obras de ca= ridad y de ejercicio externo como si para sólo eso hubie- ra venido al claustro... Es que en todo miraba su amor la voluntad y querer de Dios... El amor la llevaba a la oración, y el amor la apartaba de ella... El amor la en- golfaba en Dios, y el amor la sumergía en las obras de mayor abatimiento y humildad... Vivía amando, y ama- ba viviendo.

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