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SOR MARÍA ANA DE JESÚS 229 que, según él, son necesarias para llegar allá, es cosa que asombra. Lo que no causa sorpresa alguna es ver cómo el mundo y la piedad se hacen ridículos sin alcan- zar jamás ese fin; y, sin embargo, ¡es tan fácil y seguro el camino que a él conduce! Más todavía: ¿Cómo llegaremos a ser santos? Comen- zando, como ellos, por ser hombres completos, perfectos y naturales; después, entregándonos, como ellos, para lo qué quiera hacer de nosotros el Creador, y en fin, des- arrollándonos, como ellos, conforme a nuestras disposi- ciones propias, bajo la inspiración de la gracia. Pero no se consigue por la ciega imitación de las personas o modelos que no tienen ni nuestras aptitudes ni nuestra vocación. Para alcanzar ese fin, debe cada uno perfec= cionarse a su manera, según sus inclinaciones y en los límites fijados por su deber, por su vocación y por su es- pecial condición en el mundo... Tal es la enseñanza de la teología católica explicada por los grandes maestros y por los profundos apologistas como Weiss... ¿Por qué son hoy tan raros los Santos que cree el mundo extinguida su raza?, pregunta este úl- timo. Nosotros contestaríamos que no es verdad la ex- tinción de esa raza de héroes de la virtud. La gracia de Dios modela la arcilla de hoy como la arcilla de ayer, y brotan los santos en nuestros días como en los mejores días de la mística. Lo que nos aqueja hoy es un poco de incredulidad en sus virtudes... A la menor apariencia de lo extraordinario nos ponemos en guardia... Pero, si quisiéramos contestar a dicha pregunta, la respuesta es fácil... Se extingue o escasea la raza de los santos porque hay demasiados hombres que no com- prenden la santidad. Precisamente esta es la razón que abona la incredulidad de que acabamos de hablar... No

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